lunes, 5 de julio de 2010
La embestida haitiana después del sismo
Después del sismo fatal que azotó a Haití, segando la vida de cientos de miles de ciudadanos de esa nación de origen africano, la Republica Dominicana se ha convertido en el paraíso y refugio obligado de delincuentes y pedigüeños procedentes de ese Estado fallido, que creen que los descendientes de los Padres de la Patria y de la Restauración, están en la obligación moral y económica de cargar con el fardo de la crisis e ignorancia, a que la sometieron sus verdugos norteamericanos y franceses.
Esto es así, si tomamos en cuenta que las avenidas principales, los grandes centros comerciales y los lugares peatonales de los pueblos y ciudades del país, han sido tomados de manera desorganizada e irresponsable, por una avalancha de niños harapientos, mujeres embarazadas y jóvenes haitianos que hacen uso de la economía informal sin pagar los impuestos que la ley les exige a los comerciantes dominicanos y sin los controles sanitarios de higiene y salubridad que demanda la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Pero el Gobierno, por temor a restricciones y por querer ser complaciente con sus amigos internacionales, el empresariado por los beneficios que obtiene con la mano de obra barata y las ONG porque las grandes potencias que saquearon a Haití les pagan cuantiosas sumas de dinero para que protejan y defiendan a los inmigrantes haitianos, se hacen de la vista gorda de la degradación y el retroceso a que hemos llegado, con la presencia en todos los escenarios, de millones de ilegales de la vecina isla, muchos de los cuales criminales y narcotraficantes a toda prueba.
Basta con darse la vuelta por la avenida Duarte, la calle El Conde, Santiago, Esperanza, Duvergé, y toda la región este del país, para que se pueda apreciar la magnitud del desorden y la vuelta a la arrabalización a la que hemos llegado con la construcción de casas de tejamaní en las riberas de los ríos y con la toma de los pasillos peatonales y de todo tipo de negocios que habían sido dejados a un lado por nosotros, producto de la etapa de desarrollo a que hemos llegado con la estabilidad y el crecimiento macroeconómico, que aunque no se haya aplicado en su totalidad la teoría del derrame, el dominicano lo siente por lo que se aboca a trillar nuevas y modernas formas de vida acorde con lo que demandan los tiempos de globalización.
El Estado dominicano, en aras de darle protección a sus ciudadanos, tiene que elaborar un riguroso control o registro, en los cual se determine la cantidad de haitianos que tenemos en realidad, cuáles llegan en condiciones de aportar, cuántos hay legales e ilegales de los miles de delincuentes que han penetrado a esta parte de la isla sin ser ubicados por las autoridades. De esa manera estaríamos dándoles seguimiento a las reales intenciones de esta masiva presencia de haitianos en esta parte de la isla.
Somos solidarios y fraternos, pero ante todo esta es nuestra patria y no podemos permitir que en nombre de la pobreza, ciudadanos de otras nacionalidades vengan aquí, a establecer el caos, el desorden y las prácticas culturales ajenas a las raíces históricas que nos dieron origen, como está sucediendo con la imposición del gagá, incluso en los días en que se celebran las fiestas patrias.
No podemos seguir así, porque de lo contrario, en un futuro no muy lejano, podría ser la segunda versión de la balcanización que trajo la división a la tierra de Josip Broz (Tito), como sucedió con la antigua Yugoslavia, donde una minoría de inmigrantes polacos con la ayuda de las potencias mundiales, exigió el reconocimiento y la creación de un nuevo Estado dentro del mismo territorio.
Por Francis Pérez
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