miércoles, 7 de julio de 2010
El sueño que tuve y el camino a seguir
Una vez cuando nadie pensaba que las circunstancias favorecerían la llegada al poder de un nuevo instrumento político que supuestamente lucharía por las mejores causas del pueblo dominicano, soñé con tener un país donde sus hijos no se vieran obligados a cruzar el mar Caribe en yola y donde la forma de buscarse la vida no sea vendiendo estupefacientes, ni mucho menos, atracando a sus mismos hermanos.
Soñé con que en este país, el gobierno, formaría las brigadas que recorrerían los lugares más recónditos de nuestra media isla, en busca de alfabetizar a todo aquel que no haya podido ser ilustrado con el pan de la enseñanza, pero también tuve otro sueño y es que vi a los hijos de Don Juan, preocupados como antes, en los barrios de las ciudades más importante del país, socorriendo a los desvalidos y extendiéndoles las manos a todos aquellos que necesitaran el pan de cada día para poder alimentarse y no caer víctimas de la tozudez del hambre y la desnutrición impuesta desde arriba. Pero todo era un sueño.
Otro de los tantos sueños consistió en ver a la mayoría de los dominicanos(a) en edad de trabajar, levantarse cada mañana a tomar las rutas que lo conducirían a sus labores habituales sin que pudieran chocarse con un tapón en la avenida Duarte, en la 27 de Febrero o en la Luperon. Soñé con que cada ciudadano de este país, sería propietario de un avión privado y de un tren eléctrico con la finalidad de auto transportarse. Pero en realidad era un sueño y los sueños siguen siendo sueño.
Soñé también, con que muchos de los funcionarios de este gobierno, habían comprados sus hermosas villas en un lugar donde solo podían entrar los Santos y Ángeles guardianes del señor. Soñé además con que parte de esas adquisiciones, habían sido en una época habilitada para moradores de Guachupita, San Carlos, Villa Consuelo y otras comunidades pobres de este país. Ah!, debo decir que la doña que me analizó este último sueño, parece que no se recordó que en el paraíso terrenal en el cual vivimos, no somos todos iguales, debido a la división de clases impuesta por el sistema. Pero aún así, seguía siendo un eterno sueño que nunca llegó a convertirse en realidad.
El último sueño que tuve fue grande y largo, pero en el camino, a ese mismo sueño por lo largo que era, me vi en la necesidad y obligación de recortarlo y hacerlo mucho más corto y accesible a cualquier dominicano, sin importar credo, raza, color o clase social. Pues todavía constriñéndolo no pude desmenuzar su contenido en el momento en que viajaba a distancia por el aire con el rumbo equivocado. Pero no me importó cuantas peripecias se hicieron para impedir la revelación, por eso seguí buscando, ya que estaba seguro que en el camino encontraría la verdad por la cual empecé a soñar, pese a que seguía siendo un sueño.
Fue así, que desperté lleno de espanto y estupor, al ver a tantas personas interesadas en mis sueños, no porque a ellos les importara un comino, sino porque en el fondo, ese sueño era parte consustancial de la realidad de nuestros barrios. Esa misma realidad que hoy prevalece, haciendo estragos insoportables por la manera despiadada con que actúan sus actores principales.
Solo les digo que todo era un sueño, que el pueblo al final de cuenta, pudo descifrar y prepararse para lo peor que podía pasarle, es decir quedarse sin dinero, sin trabajo y sin comida, solo porque unos vivos asaltaron al Estado, amparándose en las prédicas del maestro, que nos enseñara lo más puro y noble, la honradez y la pulcritud. Pero a decir verdad, la consigna de no matar, ni robar, ni en sueño pueden pronunciarlas los que hoy dicen seguir al maestro, porque de hacerlo, es posible que este se revuelque en su propia tumba, por el horror que le produce todo esto.
Por Francis Pérez
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