por Pedro González Munné
Si me preguntaran pudiera definir el concepto de historia como una compilación elaborada de la acción de los poderosos, de quienes se arrogan el derecho de conducir a las masas, demasiado ocupadas en buscar el sustento cotidiano, aquello del pan nuestro de cuando Dios quiere, para salirse del rebaño y buscar otros cauces.
Siempre, quienes tienen la moral de Pepe Grillo, pueden subirse al cajón y ver hacia dónde la ruta será más factible, por aquello de la política es el arte de lo posible y mientras meten sus discursos, o encuadernan sus historias, se llenan las panzas con nuestras migajas, se toman la pernada con las hermanas y de paso nos sermonean por la calidad del ron que chupan: “mano, cómprate algo mejor…”.
Es triste, pero es así, entre cornudos y descontentos nos pasamos el tiempo. Muchos dicen que también escribo demasiado sobre mi propia gente. Pero, ¿de qué otra cosa podría hablar? Si los sufro a lo cotidiano y cuando más tranquilo te estás llegan con la colecta de turno, o te pasan el cepillo, lo cual en mi adorada islita tiene más de un sentido.
Volviendo a la lección de trapaleros y embusteros, que es la fábula de hoy, recuerdo en mi polvoriento pueblito uno de los ejemplos mayores de moral en calzoncillos que he visto en mi medio y tercio de siglo de vida y una década de desdicha en este odiado pantano que bien hicieron los conquistadores en vender por unas cuantas monedas y dejarles de contra a los gringos hasta el nombre Florido –la cosa entonces estaba tan mala en el Okeechobee que hasta los indios locales se fueron con los españoles para Cuba, pero eso es otra historia.
Uno de los prohombres de mi pueblo, acostumbraba semanalmente a echar su cana al aire con una de las putas locales, la llamaremos Florinda –dicen las malas lenguas que la mulata estaba de parar el tráfico- y don Pepe, con su sombrero, guayabera impecable, camiseta Perro de botones de oro, espejuelos de aro y agréguense lo demás, iba al motel del callejón del Rosario –bajo la Ceiba del Cao- cada jueves en la tarde, después de la siesta.
Luego de sus tragos en la barra del Hotel Ricardo se le veía partir como burro al pesebre, pero una vez –maledicencia de pueblo pequeño- se le ocurrió a la concurrencia confabularse y sobornar al posadero para que les permitiera atisbar los sucesos desde los agujeros en la pared de la habitación contigua.
Otros dicen que la Florinda recibió sus pesitos por cambiar su actitud respetuosa de los jueves con Don Pepe, por un revolú de encargo de esos de terremoto de su natal Santiago de Cuba y la reacción indignada ante tamaño meneo no se hizo esperar.
Se alzó el prohombre indignado poniéndose su sombrero e irguiéndose en el camastro, como siempre con sus calzoncillos largos almidonados mata-pasiones, medias de liga y camiseta Perro de cuatro botones de oro la increpó con esta frase digna del mejor epitafio: “Florinda…, o fornicas con decoro o me incorporo y me marcho”.
Don Pepe ya no existe, no sé si se fue al cielo por aquello del clima o al infierno a buscar afín compañía, pero aquí en Miami siguen sus herederos y amigos, subiéndose al cajón del muerto para mantener su buen vivir.
Unas veces en la Administración, donde el descaro llega a desfalcos cotidianos tan a lo bruto que asombran hasta a los propios americanos, acostumbrados a robar y guardar la ropa, otras en la política, donde los mismos que despotricaron sobre los “balseros” cubanos que han cambiado nuestra imagen “de exilio educado y triunfador” para transformarnos en “espaldas mojadas” o “indios pata de puerco” (sic) cada vez más “negros” (sic), ahora son los adalides de los propios balseros.
Por cierto, ahora son “lancheros”, vienen en barco desde Cuba y cuestan de $3,000 a $10,000 por cabeza en operaciones de contrabando muy similares a las que nuestros prohombres locales hacían en sus años mozos con la droga colombiana en la costas de La Florida en los 70.
Así que quienes lean esto no sean muy duros con mi gente, en definitiva todos salimos de Cuba con un fin moral muy definido: enseñarle al resto del mundo lo que somos. Creo que hemos sido bastante buenos en esto, la pregunta que tantas veces me han hecho, no es necesario repetirla: “Cuando carajo se van todos de vuelta”.
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