lunes, 16 de mayo de 2011
Vender hierros, una cuestión de supervivencia en Haití
Puerto Príncipe, 16 may (EFE).- Los escombros que dejó el terremoto de Puerto Príncipe se han convertido en el medio de supervivencia de Jean, un joven haitiano que cada día dedica varias horas a extraer de los cascotes pequeños fragmentos de varillas de hierro para venderlos en un mercado de la ciudad.
Han pasado dieciséis meses desde el terremoto que asoló la capital haitiana y, como Jean, muchos haitianos siguen vendiendo hierros extraídos de las ruinas de aquella catástrofe, que mató a miles de personas y que, paradójicamente, ayuda a sobrevivir a muchas otras con la venta de lo que quedó debajo de los restos.
En un país acuciado por el hambre, donde el 80 por ciento de sus habitantes tienen que arreglárselas para encontrar qué comer cada día, este trabajo surgió de forma espontánea, como muchos otros, inmediatamente después del mortífero terremoto que mató a más de 300.000 personas.
Entre las montañas de escombros dejadas por la catástrofe, mientras muchos se dedicaban a buscar supervivientes o recuperar cadáveres, podía verse en las semanas posteriores al seísmo a decenas de personas removiendo los restos para encontrar algo que vender.
Y las varillas de hierro de las ruinas se convertieron de inmediato en un codiciado producto para su venta a peso.
"Antes no hacía nada, pero en noviembre empecé a venir aquí para cortar hierros", relata a Efe el joven haitiano, uno de los muchos que cada día se internan entre los escombros de la catedral de Nuestra Señora de la Asunción para 'arañar' entre piedras y cascotes en busca de los retorcidos y apreciados hierros.
De la catedral, construida en 1750 y restaurada en 1932, según atestigua una inscripción situada en el exterior del recinto, sólo quedan en pie algunos fragmentos de sus muros y parte del campanario, pero el techo y los tabiques interiores se hundieron a causa del temblor y su interior es una sucesión de grandes montones de escombros.
"Cada día vengo a las 6.00 horas y trabajo hasta mediodía. Después voy a un mercado cercano y vendo los hierros al peso", explica el muchacho, provisto de un martillo y una sierra.
Mientras muestra el resto de su equipo de trabajo -una mochila en la que guarda un par de desgastados guantes, un pedazo de jabón y dos sacos para meter los hierros- Jean dice que consigue unos diez gourdes (0,25 dólares) por cada pedazo de hierro que lleva a vender.
Unos metros más allá, en cuclillas frente a los retorcidos y oxidados pedazos de varilla, otro buscador, Saintyean, utiliza una pequeña madera para rascar entre las piedras hasta dejar al descubierto el apreciado hierro.
Saintyean golpea sin cesar con su martillo en una labor que parece inacabable. Pero hay que comer cada día, y vender unos cuantos trozos de hierro le proporcionará entre 50 y 250 gourdes (entre 1,25 y 5 dólares), una cantidad suficiente para sobrevivir en un país donde el 70 por ciento de la población vive con dos dólares al día.
El hombre reconoce que se trata de una labor que requiere mucha paciencia porque los primeros buscadores se llevaron la mejor parte, las varillas que quedaron a la vista entre los restos de las vigas, y ahora hay que despedazar los bloques de hormigón para sacar lo que se pueda.
Ajeno a los cambios que vive Haití, donde el nuevo presidente, Michel Martelly, promete mejorar la vida de los ciudadanos, Saintyean sigue trabajando impasible, a pleno sol.
Decenas de hombres y también algunos niños tratan de recuperar fragmentos de hierro de la catedral ante la mirada sorprendida de algunos extranjeros, la mayoría cooperantes y miembros de organizaciones no gubernamentales que aprovechan su tiempo libre para recorrer la ciudad.
Si el hierro es un material codiciado para su venta, mucho más lo es el bronce de las seis campanas que tenía el templo. Tres permanecen todavía en el campanario y otra fue robada, por lo que hubo que retirar las dos que cayeron al suelo a causa del movimiento telúrico para evitar su expolio.
De hecho, los saqueadores serraron y se llevaron un fragmento de la parte superior de la campana principal, llamada Nuestra Señora de la Asunción, igual que la catedral, y construida en 1909, según figura en una leyenda grabada sobre el bronce.
Jocelyn Kernizan, miembro del coro de Santa Cecilia, perteneciente a la catedral, muestra la gran campana, de unos dos metros de altura, que reposa ahora en un recinto anexo al templo junto a la más pequeña del conjunto.
Según explica a Efe, está por decidir qué se hará con las campanas y también cuándo y dónde se reconstruirá la catedral, ya que existen planes para ello.
Por eso, mientras se toman estas decisiones, los vendedores de hierro podrán seguir buscando cada día su sustento entre los polvorientos restos del templo.
Autor: Jesús Sanchis
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